por Eugenia Segura
Cien mil años tardan en estabilizarse los desechos
radiactivos, en dejar de ser peligrosos. No existe en el mundo construcción
alguna hecha por el hombre que haya durado ni siquiera la décima parte de ese
tiempo, dice el nodo central de uno de los mejores documentales sobre la
contaminación nuclear, “Into
Eternity” (Hacia la
Eternidad), que podía verse por You Tube hasta que una
compañía curiosamente, llamada “Magic Hour” (Hora Mágica), obstruyera con un juicio de
copyright nuestro derecho a enterarnos de ese dato duro. Iba sobre una
especie de descenso al infierno que el director, Michael Madsen, hizo a un cementerio
nuclear llamado Onkalo (que quiere decir “oculto”), en Finlandia, que
casualmente quiere decir… Mejor no les cuento el final de la peli, por si
alguna vez podemos recuperar el derecho a verla, nomás les digo que es tremenda
y bella. Un viaje por los pasadizos del tiempo hasta ese vértigo que es para
los humanos la idea de la eternidad.
Al lado de los cien
mil años que demora una barrita de material radiactivo deshechada en volverse
una inerte barra de plomo, mediante la desintegración
atómica que transforma elementos
radioactivos inestables en otros estables; los treinta mil años que lleva la humanidad
dando muestras de que en este planeta hay vida inteligente (¿la hay? Al menos
eso parece desde la escultura más antigua hecha por el hombre, en marfil de
mamut, que
dataría de 40.000 años), parecen cosa de nada. Un parpadeo el día en que los
primeros habitantes del suelo sudamericano pusieron sus manitas sobre una
piedra, y les rociaron pintura, inventando al mismo tiempo el
primer graffitti y el primer sténcil del mundo, hace 10.000 años. Una
verdadera pintada, que quiere decir algo así como “estos somos, esta es nuestra
huella, estas son nuestras manos. Y están, simple y bellamente, unidas sobre
esta tierra”. O, como se ve en la peli que comentamos recién, también la
comparación con los ya más recientes 5.000 años que hace que los Antiguos Egipcios construyeron
las pirámides.
La cadena de desintegración del uranio radioactivo es prácticamente eterna, el uranio agotado que es descartado de la industria nuclear puede tardar entre 100 y 300 mil años para convertirse en un elemento estable, durante ese período se transforma en diversos elementos inestables, emitiendo radiación dañina para todos los seres vivos, hasta terminar en el plomo inerte. Para saber a qué elemento representa cada símbolo químico, se recomienda echarle un vistazo a la Tabla Periódica.
Menos que un parpadeo, entonces, los 25 años que lleva
en el poder el genocida Gildo Insfrán –aunque el
autoritarismo y el miedo les haga sentir a los formoseños que es un tiempo
larguísimo. Genocida
aquí y ahora, carga con la muerte de muchos qoms, y, con la decisión de instalar
en Formosa el reactor nuclear CAREM, acaba de pasar a otra categoría: la de
genocida a perpetuidad. Porque, por algo que firmó en unos segundos en un
escritorio, puede llegar a seguir matando hermanos hasta cien mil años después
de la hora de su muerte, que –sólo la
Parca lo sabe- tipito efímero a fin de cuentas, le va a
llegar algún día.
Pero volvamos a la barra radioactiva, y a las construcciones
hechas por el hombre, ya que el Dr. Raúl Montenegro, presidente de la Fundación para la
defensa del ambiente (FUNAM, con status consultivo en Naciones Unidas), y
premio Nóbel Alternativo, se toma el trabajo de explicarnos qué es a ciencia cierta ese
reactor nuclear experimental CAREM 150, del que nadie oír hablar en ninguna
parte del mundo, salvo en Formosa. De todos los datos que da, hay uno que me
llama la atención: en el centro del reactor hay una vasija de alta presión, con
una pared de 11 metros
de alto, 3,5 de ancho y “la peligrosidad
de lo que sucede en su interior puede calcularse a partir del espesor de
su pared: 13 a
20 centímetros”. Imaginemos la presión de los 61 elementos
combustibles, cada uno (¡¡¡cada uno!!!) con cien (¡¡¡100!!!) barras de uranio
escasamente enriquecido. Junto al río
Paraguay, sobre el Acuífero
Guaraní, que es la reserva de agua dulce más grande del mundo, y nutre nada
menos que al pulmón del planeta, el Amazonas. Más adelante dice que esas
barras, luego de recorrer
kilómetros desde Buenos Aires hasta Formosa, en camiones por rutas de
provincias que tienen leyes que prohíben el traslado de material radiactivo
(Chaco y Santa Fe), terminarían su recorrido en piletones con paredes aún más
delgadas que las de la vasija.
Nada de cementerios nucleares subterráneos como el “Oculto”
de la peli Hacia la Eternidad, lo que se oculta aquí desde hace varios
años, es adónde van a poner el reactor y los piletones, esos veinte centímetros
que separarían no sólo a los
habitantes del Chaco, Misiones, Santa Fe y Santiago del Estero de un posible
Formoshima –si ocurriera un accidente de grado 7 como el de Chernobyl- sino
también, apenas 20
centímetros de pared entre la lenta e inexorable contaminación
radioactiva cotidiana a formoseños y paraguayos a ambos lados del río.
Levantar la cabeza
Como nos sucede a nosotros con los uruguayos por el conflicto
por la papelera UPM-Botnia en Gualeguachú, como nos sucedería con los
chilenos si tomáramos conciencia de la dimensión
del estrago que el proyecto Andina 244 está haciendo en un campo de
glaciares, a
sólo 20 km de la frontera con Mendoza-, o como se
corren así como si nada las líneas divisorias con Boliva por
una mina de hierro (porque, acaso
alguien puede creerse el verso de que es solamente porque quieren construir ¿¿¿una
ruta y una escuela???), estas decisiones tóxicas y unilaterales producen
inmediatamente alarma en las Cancillerías del país que, sin comerla ni beberla,
precisamente se va a tener que comer y beber –y fumar- la contaminación de
arriba. Y como por arte de magia, hermana de una forma nunca vista a los
pueblos que sí o sí encaran la resistencia, porque están en juego cosas como la
vida, el alimento, el aire y el agua, cosas que no se transan. La matriz en todos
casos es idéntica: por algún proyecto extractivo y depredador, y por razones
que no sería largo enumerar: la codicia, la sed de poder y la estupidez de unos
pocos. Depende de cómo se la mire, una frontera divide o conecta. Y de esa
mirada depende nada menos que la salvación del planeta y de la especie humana,
o, ya lo sabemos, nos devoran los de afuera.
Un hermano paraguayo me escribe: “Necesitamos de la fuerza y el apoyo de todos los argentinos de bien para frenar esta locura que pisotea el valor de las vidas de todos. Justo ahora, que estábamos empezando a levantar cabeza, nos vienen del otro lado de la frontera con esta obra del demonio. La tendencia en el mundo desarrollado, después de la tragedia en Japón, es desmantelar centrales nucleares, y en Formosa ¡quieren lanzar prototipos experimentales! Es demencial, habiendo tantas alternativas más baratas y saludables. Necesitamos su ayuda y pronto… un abrazo fraterno a la distancia”.
Esa frase, que vaya si los argentinos también nos la
sabremos, me duele doblemente en boca de un paraguayo. Porque, si bien toda la
historia latinoamericana podría sintetizarse en ella: justo ahora, que
estábamos empezando a levantar cabeza… viene una fuerza extraña y nos la
pisotea –llámese imperio tal o cual,
llámese trasnacionales, llámese nuevo orden mundial o como quieran- en el caso
del Paraguay, no me va a alcanzar la vida para pedirles perdón por esa
guerra absurda y cruenta en la que, por el solo hecho de que habían
decidido crecer y desarrollarse a su modo, sin endeudarse ni depender de
ninguna potencia extranjera, fueron masacrados
todos los varones y muchas mujeres y hasta niños que tomaron las armas
para defenderse. Fueron destruidos sus trenes, fábricas y astilleros. Y, encima,
levantar cabeza del dolor de que fueran sus propios hermanos argentinos,
brasileños y uruguayos, quienes les estaban haciendo eso.
Los responsables de construir y poner en funcionamiento el reactor nuclear en Formosa no han brindado ningún tipo de información respecto de los riesgos ambientales que puede traer aparejado su funcionamiento, la población tuvo que recurrir a otras fuentes para enterarse de qué se trata y los peligros latentes. En caso de ocurrencia de accidentes tipo grado 7 (como el de Chernobyl), la contaminación radioactiva podría cubrir varias provincias argentinas y la totalidad del Paraguay. El gobierno de
ese país ya viene expresando
su preocupación al respecto, sobre todo por el hecho de haberse enterado
del proyecto a través de los medios y no por una comunicación
oficial del gobierno argentino, como correspondería…
Y ahora, viene la Comisión Nacional
de Energía Atómica (CNEA) a decirles y a decirnos que esa vasija de 20 centímetros de
espesor no es peligrosa, sino por el contrario muy progreso y puestos de
trabajo, y la
energía más rechinante de limpia que existe. Como si fuéramos tan idiotas
que se nos hubiera pasado inadvertido Chernobyl, y la enorme
paradoja de que en Japón primero Hiroshima y Nagasaki, y
luego un terremoto y una enorme
ola tragándose los autos y las play stations y los carteles de neón, y
cuanto aparatito electrónico alimentaran, por un rato nomás, con los milenios
de cánceres y malformaciones genéticas de Fukushima,
ese sueño tecnocrático hecho pedazos.
Algo hay que decir con respecto a la CNEA, por estos lares todavía
estamos esperando que se haga cargo de los desastres cometidos a todo lo largo y ancho del país:
- Pague las millonarias multas impuestas por la contaminación del Arroyo El Tigre (Mza, 10 años).
- Remedie los pasivos ambientales en la mina Sierra Pintada, la mina Huemul y las colas de uranio en la Ciudad de Malargüe (Mza, 8 años).
- Cierre definitivamente la planta Dioxitex (Córdoba, 6 años).
- Desista de efectuar minería de uranio en los Parques Nacionales de Talampaya (la Rioja) y Los Cardones (Salta).
- Presenten el Estudio de Impacto Ambiental de la planta de enriquecimiento de uranio de Pilcaniyeu (Río Negro, 30 años).
- Presenten el Plan de Contingencias del Centro Atómico Bariloche y dejen de volcar metales pesados en los efluentes cloacales que van a parar al Lago Nahuel Huapi.
- Cierre de la mina Cantadero, ordenado por la Municipalidad de La Rioja, porque sus “medidas de seguridad con tecnología de punta” eran un par de piletas Pelopincho donde vuelcan efluentes de cutting y lixiviantes (La Rioja, 1 año).
- Se retire de todos los municipios que se han declarado No Nucleares.
- Reconozca las pruebas en su contra presentadas ante la justicia y remedie la contaminación en Ezeiza (Buenos Aires, hace rato).
- Deje de tunear las piezas obsoletas de Atucha I y II, por otras un poco menos obsoletas, y frene el experimento del CAREM 25 (Luján, Pcia de Buenos Aires).
- Cierre definitivamente la Central Nuclear Embalse (Córdoba), en cuyo entorno han pescado peces con tres ojos, como el de los Simpson…
- Desista definitivamente de instalar el basurero nuclear en Gastre(Chubut).
- Nos diga de una buena vez dónde corno piensan instalar el CAREM 150 de Formosa, a qué tenerlo oculto, a qué tanto misterio.
La tecnología de vanguardia que emplea la CNEA en la Mina Cantadero (La Rioja) consiste (entre otros moernosos adelantos) en utilizar piletas pelopincho como una suerte de "diques de cola" donde se depositan los lodos perforantes y el cutting. Además de ser de punta, esta tecnología pareciera ser completamente segura e inocua: nótese el cuidado puesto en esas faenas que una de las pelopincho se está desbordando y esas aguas, que vaya a saber qué contienen, escurren a raudales barranca abajo...
Probablemente, tengamos que esperar una eternidad para que la CNEA trate de remediar lo
irremediable. O mejor, en vez de quedarnos sentados de brazos cruzados cien mil
años a ver si se dignan, nos levantemos todos juntos un día para que
desmantelen sí o sí todo lo relacionado con la energía más nociva y peligrosa
que jamás haya pisoteado la cabeza de todo el planeta. Existen otras energías
limpias y gratuitas, tanto
o más poderosas, ya hemos escrito sobre eso: es cuestión nomás de levantar
la cabeza. Nos toca a todos nosotros elegir qué mundo queremos, ahora que
estamos acá, entre la eternidad y un día.