A una semana de publicado el informe anterior, la atención internacional sobre los incendios en el Amazonas y otros bosques tropicales de sudamérica aumentó en la misma proporción que los propios incendios. Debe ser por eso que ahora los gobiernos quieren por un lado mostrar como que se están ocupando del tema y por otro tratar de apagar las llamas, no en el territorio, sino en los medios y la opinión pública.
Una semana después de que el tema estalló en todo el mundo y a pesar de las teatralizaciones de ocasión, los incendios continúan. Las hectáreas quemadas y los focos de incendios se siguen multiplicando, tanto en Brasil, como en Bolivia, en la misma proporción en que aumenta la preocupación internacional. Los datos siguen siendo muy retaceados y cuesta encontrarlos, pero su contundencia mata todo tipo de relato que pretenda montarse respecto cualquier de especulación subjetiva en torno al tema, sus causas y consecuencias, sea de la tendencia que sea.
NUNCA LOS VAN A APAGAR SI PRIMERO NO DEJAN DE PRENDER FUEGO
Los incendios no se van a apagar con aviones hidrantes, o mandando al ejército, ni con ayuda internacional y ni siquiera con una temporada de lluvias, si primero no se atacan las causas que los están provocando: la mano desaprensiva del hombre que acerca un fósforo y combustible al bosque y las políticas de estado de gobiernos de turno en los estados neocoloniales (sean del signo partidario que sean). Como ya hemos dicho en este espacio de expresión, en materia de incendios forestales el peor combustible es la desidia, la cual hoy se exhibe sin oudor en todos los estamentos del poder de los países involucrados.
Por más que quieran apagarlos y destinen esfuerzo y dinero para ello, mientras sigan premitiendo que se prenda fuego, los incendios van a continuar más, hasta destruir todos los bosques, con las consecuencias que ello nos acarrea. Indefectiblemente van a continuar mientras hayan gestiones de gobierno (y expresiones políticas de todo tipo) avalando esta destrucción, mediante legislaciones que autoricen la quema y la deforestación, así como el posterior cambio de uso del suelo, para destinarlo a cualquiera de las variantes del extractivismo.
Los incendios continuarán mientras los gobiernos sigan sosteniendo falacias como esa de que el uso indiscriminado de los bienes naturales sea la única alternativa válida para el progreso, o que el aumento de los niveles actuales de consumo e industrialización sea la única opción viable para el crecimiento de los pueblos. Mientras esa forma de pensar no cambie, los incendios y el resto de los mecanismos de destrucción de la vida sobre el planeta, indefectiblemente continuarán.
DOS CARAS DE UNA MISMA MONEDA
En estos días, tanto Jair Bolsonaro como Evo Morales, con grandes porciones de sus países ardiendo, volvieron a ratificar al modelo extractivista como política de estado, ya que ambos ratificaron la legislación de cuya aplicación en el territorio se dio origen a este desastre que hoy amenaza a toda la humanidad. Los decretos y demás decisiones administrativas que permiten quemar bosque y deforestar fueron convalidadas en los congresos de ambos países y defendidas por ambos mandatarios en sus discursos, mientras en esos países y en el resto del mundo se suceden las protestas y movilizaciones para que se ponga fin de una buena vez a esta tragedia.
Jair Bolsonaro dijo que los parques nacionales y reservas indígenas en el Amazonas son excesivas (apenas alcanzan el 14%) y que hay que venderlas para que sean tierras productivas (ya hay un decreto para vender tierras fiscales). En la misma sintonía, Álvaro García Linera (vicepresidente de Evo Morales) ha sostenido que los Parques Nacionales deberían ser abrogados (hoy varios de ellos están quemados). Ambos presidentes, a pesar de mostrarse antagónicos, han llevado a cabo la misma política de negociar con el capital transnacional de los agronegocios y la burguesía local ganadera, la destrucción de los bosques para ampliar la frontera extractivista. Ambos son responsables de mercantilizar la vida y el territorio en detrimento de los pueblos.
Evidentemente, ambos regímenes políticos no sólo tienen al extractivismo como política de estado, sino que lo predican con una suerte de fanatismo fundamentalista. Los funcionarios de ambos países minimizan la tragedia, se burlan de los ambientalistas, los hostigan y persiguen, ignoran las demandas de los pueblos originarios y banalizan todas las cuestiones vinculadas a la conservación del ambiente, cuando en realidad son fundamentales, primero para preservar la especie humana y segundo para combatir sus inequidades sociales.
La Confederación de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA), que nuclea a puelos originarios de Brasil, Bolivia, Perú y Colombia, declararon a ambos presidentes "personas no gratas", acusándolos de genocidio ambiental y cultural. Los incendios y desmontes en este año están dejando a más de un millón de indígenas damnificados, que seguramente deberán abandonar sus territorios o serán expulsados de los mismos para seguir engrosando los cordones marginales de las grandes ciudades. Esta denuncia fue elevada a los organismos específicos de derechos humanos y pueblos originarios de las Naciones Unidas.
Evidentemente, ambos regímenes políticos no sólo tienen al extractivismo como política de estado, sino que lo predican con una suerte de fanatismo fundamentalista. Los funcionarios de ambos países minimizan la tragedia, se burlan de los ambientalistas, los hostigan y persiguen, ignoran las demandas de los pueblos originarios y banalizan todas las cuestiones vinculadas a la conservación del ambiente, cuando en realidad son fundamentales, primero para preservar la especie humana y segundo para combatir sus inequidades sociales.
La Confederación de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA), que nuclea a puelos originarios de Brasil, Bolivia, Perú y Colombia, declararon a ambos presidentes "personas no gratas", acusándolos de genocidio ambiental y cultural. Los incendios y desmontes en este año están dejando a más de un millón de indígenas damnificados, que seguramente deberán abandonar sus territorios o serán expulsados de los mismos para seguir engrosando los cordones marginales de las grandes ciudades. Esta denuncia fue elevada a los organismos específicos de derechos humanos y pueblos originarios de las Naciones Unidas.
¿De qué le sirve a los fanáticos del sistema decir que Bolsonaro y Morales (o en todo caso sus gestiones de gobierno) no son lo mismo, cuando en definitiva, la resultante final de la aplicación de sus políticas de estado, que es lisa y llanamente la destrucción del planeta sin atenuantes, si lo es?
Se le sigue esquivando el bulto a la cuestión y continuar en ese circulo vicioso de las impostaciones y las teatralizaciones, sin aportar un enfoque integrador de los problemas que pueden llevar a la desaparición de la humanidad en los debates políticos, es como discutir si es mejor la silla eléctrica o la inyección letal, cuando el problema ético real es la convalidación de la pena de muerte.
Y PARA CUANDO EL CAMBIO DE PARADIGMA?
Y PARA CUANDO EL CAMBIO DE PARADIGMA?
El intelectual Leonardo Boff sostenía que el capitalismo se comporta como anti-vida en todo sentido, generando dos grandes injusticias de carácter global:
● Una social, dejando a gran parte de la humanidad en la miseria y la marginalidad, producto del reparto desigual de la riqueza económica.
● Otra ambiental, destruyendo la biodiversidad sobre el planeta y manipulando genéticamente el secreto de la vida con los transgénicos, exponiendo a grandes cantidades de la población al envenenamiento masivo, catastrofes y éxodo.
Este razonamiento es bastante claro para discernir que de nada sirve atender las problemáticas sociales sin ocuparse al mismo tiempo de las ambientales, como pretenden los modelos políticos vigentes dentro del sistema capitalista corporativo globalizado actual. Conviene aclarar (más allá de que hoy el capitalismo es la forma impuesta en todo el mundo) que la diferencia en este sentido entre capitalismo y socialismo queda reducida a una mera declamación cuando en escencia, ambos sistemas también eligieron al extractivismo como mecanismo de progreso y desarrollo (el desastre nuclear de Chernobyl o la desaparición del Mar Aral en la ex URSS son ejemplos de ello).
Insistir en este modelo es como reincidir en el viejo paradigma de los espejitos de colores o como seguir avalando la teoría del derrame elucubrada por el neoliberalismo y puesta en práctica por el populismo. El problema es que el sistema (en su afán de perpetuarse) no ofrece alternativas a las viejas fórmulas, por lo tanto hay que construirlas, pues ya está probado que los modelos que no atiendan las inequidades sociales y la destrucción ambiental de manera integrada, vínculadas entre sí, con enfoque integrador y como un solo problema de todas y todos, llevan indefectiblemente a la destrucción del planeta. Por eso creo conveniente volver a remarcar que, más allá de las impostaciones o los floreos retóricos, el extractivismo, sea por derecha o por izquierda, conduce indefectiblemente a lo mismo: la desparición de toda forma de vida sobre la faz de la tierra, incluida la humanidad.