Ante un nuevo aniversario de la rebelión del 20 de diciembre de 2001, vuelve a reivindicarse la existencia del excepcional y significativo fenómeno que significó el rebrote asambleario de esos agitados días, con personas de todas las condiciones sociales tratando de decidir la gestión de la vida social de sus territorios. Sin dejar de reconocer que el aparato político de aquel entonces se encargó rápidamente de reorganizarse y de apaciguar ese primigenio impulso, las asambeas no murieron, es más ahora se retroalimentan ante la irrupción del posneoliberalismo pseudopreogresista, es indudable que los nuevos gobiernos han ido despechadamente avanzando sobre la soberanía y la dignidad de los pueblos, despojándolos de su patrimonio natural y cultural y comprometiendo su supervivencia (hablamos de minería, petróleo, deforestación, sojización, pesquería, papeleras, represas, contaminación, desalojo, represión, etc.).
Las asambleas ciudadanas autoconvocadas surgen como una respuesta espontánea casi exclusivamente a la crisis de representatividad de la democracia argentina (y de todos los países latinoamericanos en general), cuando los supuestos representantes de la ciudadanía se desvían de su función principal, que es precisamente defender los intereses del conjunto total de sus representados. De esta manera, los intereses particulares avanzan sobre los del colectivo social, o sea sobre aquellos intereses difusos (generalmente intangibles y/o materialmente incuantificables) que son inherentes a todos, como puede ser la afectación al ambiente, a los bienes comunes y a la calidad de vida de las personas (salud, economías regionales, tejido social).
una convocatoria auténticamente ciudadana que aglutinó a un amplio espectro de organizaciones sociales.
Estos espacios se instalan como alternativa a la rigidez orgánica e institucional de los círculos de poder que de la mano de los diferentes ámbitos del estado avanzan en el avasallamiento de los más básicos e intrínsecos derechos ciudadanos, no obsante esta respuesta no es instantanea, ya que en una coyuntura de descreimiento y apatía hacia lo que debiera ser (como seres sociales que somos los humanos) la natural actitud de reunirse y tomar iniciativas propias, el proceso estímulo-respuesta se lentifica cuando se trata de un fenómeno de masas y las reacciones conjuntas y pretendidamente coordinadas suelen desencadenarse cuando ya los derechos de la ciudadanía han sido ampliamente vulnerados y/o vilipendiados, al punto incluso de estar ante situaciones irretornables a su punto original; de esta manera las luchas se tornan dificultosas o casi inviables, no sólo porque ese retorno se hace muy cuesta a rriba, cuando no resulta utópico, sino también porque en base a la teoría de los hechos irremediablemente consumados, pergeñada y esgrimida desde el poder dominante, ya está todo dispuesto de manera categórica para que no haya ningún tipo de eventualidad o contratiempo (gestualidades, dádivas, compra de voluntades, y para los "rebeldes" ninguneo y/o descalificación pública, aparatos represivos y de censura, etc.).
Consecuentemente también ocurre en la generalidad de los casos que el diálogo interno dentro de las asambleas locales o barriales o más aún en aquellas de segundo grado, como lo son las regionales y en las de mayor amplitud, como pueden ser las uniones nacionales, las discusiones se hacen demasiado largas, extenuantes, si se quiere poco pragmáticas, de resolución lenta, al menos si lo comparamos con la rapidez y la practicidad con que opera la corporación político-económica para vulnerar los derechos ciudadanos en pos de sus intereses particulares individuales; pero esos también son gajes de la independencia de criterios, en definitiva es necesaria cierta unicidad (por cierto difícil de alcanzar) para no irrumpir a tontas y a locas contra la nada, dilapidando esfuerzos que tanto cuesta reunir.
Las asambleas carecen de liderazgos hegemómicos, por el propio hecho de ser participativas y abiertas, cualidades que de perderse desvirtuarían la escencia del propio espíritu asambleario. En aquellas que no se exteriorizan de entrada, las conducciones, representatividades o voces autorizadas se terminan dando espontaneamente, se van definiendo y exteriorizando de a poco, pero sea así o no, en todos los casos el liderazgo dentro de estos grupos está validado por el resto de sus miembros y las comunidades en ellas representadas.
Es indudable la existencia de disparidad de criterios y el disenso, lógica en un ámbito de libre participación ciudadana donde la dilucidación y el aprendizaje de los problemas a resolver puede ser gradual, siendo sin lugar a dudas items demandados, en muchos casos de acceso denegado o excesivamente oneroso, por ende es que los grupos van adquiriendo experiencia y conocimiento de manera gradual sobre la marcha, porque la lógica imprevisibilidad intrínseca de aquellos (nosotros) que en la cotidianeidad de sobrevivir están (estamos) enfrascados en cuestiones mundanas, evidentemente nos desliga de la universalidad del conocimiento, y sólo se llega a él por motus propio o colaboraciones externas desinteresadas. Digo entonces que esas cuestiones llevan a que las causas de los conflictos empiezan a a tomar cuerpo y así en algún momento sorprenden a todos los afectados, como decía antes, cuando el estado de irreversibilidad ya es avanzado. Pero esos son los costos de la autodeterminación, la voluntad popular indudablemente conlleva una puesta a punto diferida que puede derivar en reclamos o soluciones que o sean parciales (y por ende deje puertas abiertas para que el poder incisivo siga operando o pueda reorganizarse rápidamente) o no termine dejando conforme a todos.
Ante todo este planteo de relativa o aparente ineficiencia, sumado a las dificultades propias que encarecen la existencia (planteo de priorización de necesidades, porque los que participan de una asamblea también además tienen que dedicarse a ganar el sustento diario), sumado a las externalidades, como la represión y la criminalización de la protesta social a la cual asistimos hoy día; no es llamativo que el desgano se apodere rápidamente al punto de considerar poco atractivo asimilar como propios los problemas comunes. Sin embargo, a pesar de estas dificultades, los ámbitos de debate y participación legítima son actualmente necesarios o más bien indispensables o imprescindibles para sobrellevar al menos con un mímimo atisbo de dignidad, estos tiempos de desidia y negligencia. Pueden critricarse las estrategias, las tácticas, la falta de opertatividad o de celeridad y hasta los resultados o la efectividad de la lucha, pero nunca podrá desvirtuarse el ámbito genuino de participación y debate (por cierto y aunque suene inverosímil para un régimen democrático en el que supuestamente vivimos: excepcional!), la oportunidad que tienen todos de expresarse y ser escuchados bajo su seno y fundamentalmente el sentido de pertenencia de los miembros al grupo y sus objetivos; y por eso los logros siempre serán celebrados y celosamente custodiados.
La UAC (Unión de Asambleas Ciudadanas) constituye el espacio colectivo más amplio, representativo y convocante donde se agrupan las asambleas ciudadanas autoconvocadas de todo el país.
Como una suerte de conclusión-corolario-colofón-coda, cabría decir que hay dos alternativas para posicionarse ante la historia: una es de manera pasiva, actuando como mero observador, verla transcurrir como si fuera una novela de televisión, dejando que unos pocos la modelen a su antojo y sólo preocuparse porque todo esté bien de la epidermis para adentro, aquí y ahora; la otra es de manera activa, construirla participando e involucrándose más allá de nuestro radio de acción, haciendo de la ilustración un dogma y sin dejar de lado el basamento empírico, luchar por las ideas propias y la autodeterminación. Creo fervientemente que esa es la principal motivación que motoriza la existencia de las asambleas ciudadanas autoconvocadas y motivo suficiente para que, quizás desde una visión más estrátégica, brindemos las herramientas técnicas y legales necesarias que conlleven a la prosecución del bienestar general.
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