7/9/14

LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS

(por Eugenia Segura)

Si pudiéramos preguntarle a cualquiera de los trescientos empleados del fondo buitre de Paul Singer, si considera que el suyo es un trabajo digno, seguramente contestarían que sí. ¿Aunque el objetivo de la empresa en que laburan implique sumir a cuarenta millones de argentinos en una crisis, aunque las consecuencias a futuro puedan ser la pobreza y el hambre de niños que aún no saben decir un sí o un no, que ni siquiera han nacido y ya están endeudados hasta las orejas? Probablemente aquí los asaltaría una ligera incomodidad, de la que tratarían de librarse rápidamente, diciendo que ellos no tienen la culpa, que sus trabajos sí son dignos porque están bien remunerados y en blanco, acordes a la ley laboral norteamericana, y que sus –pongamos que son familias tipo- seiscientos hijos necesitan una buena obra social, ir al colegio, vivir en una buena casa en Manhattan, comer, recibirse de algo. ¿Así revienten no sé cuántos millones de niños argentinos? Dirán de nuevo la cantinela: legal, en blanco, bien remunerado.
Lo mismo debe pensar el secretario del juez Griesa. O los soldados que están en este momento en la franja de Gaza, apretando legalmente el gatillo para recibir su sueldo en blanco, buena obra social, el alquiler, algo como una educación y un futuro para sus hijos. El otro, bueno, que reviente.

No se trata de una cuestión de clases sociales, ni de nacionalidades, ni siquiera de la valoración que pueda tener tal o cual trabajo en el sistema: seguramente, los científicos que están diseñando armas, o los biotecnólogos que están toqueteando el ADN de todas cosas (¿con el permiso de quién?), deben tener sus buenos doctorados, sueldos altísimos, su trabajo es altamente valorado en sus sociedades, y saben perfectamente lo que están haciendo: a la larga o a la corta, matar. Aunque jamás los vaya a salpicar la sangre.
Hablando de sangre, y de ADN desparramado en la tierra sin motivo, debemos ser en este momento casi toda la humanidad los que deseamos que esa guerra espantosa se termine, aunque queden desempleados muchos soldados y constructores de barcos, de bombarderos, en fin, todos los puestos de trabajo directo e indirecto que una guerra produce: por el bien de este planeta en que vivimos, basta ya. ¿Trabajo digno? Que se busquen otra tarea, una que no implique asesinar directa o indirectamente a poblaciones inocentes.
Y lo mismo ocurre también con los puestos de trabajo relacionados con la megaminería, esa cifra tantas veces inflada que nos ofrecen como si fuera la única salida posible a una crisis económica que ellos mismos nos generaron.  Porque, por un lado, según el informe de la CEPAL sobre las inversiones extranjeras en América Latina, la megaminería sólo genera un puesto de trabajo por cada dos millones de dólares que invierte (gráfico en la pag 51). Y, por cada puesto de trabajo en destruir la tierra, cuánto laburo se pierde, del pasado, del presente y del futuro, de todos aquellos que aportaron, aportan y aportarán su granito de arena para hacer del mundo algo mejor de lo que encontraron.  Ya lo sabemos, cuando el mineral y el negocio se agotan, y encima, sin agua pura que llevarse a la boca, los pueblos quedan reducidos al triste destino de pueblos fantasmas.

Puede que, llegados a este punto, quienes tengan la esperanza de encontrar un laburo en la megaminera de los rusos, piensen que estoy exagerando, que nada tiene que ver un cerro uspallatino con los bombardeos en Gaza –o en Ucrania- ni con los fondos buitres y los fantasmas. Sin embargo, sobran los casos, hasta en la minería tradicional, cuya escala de destrucción es infinitamente menor, de pueblos fantasmas. Y así como el oro está en el corazón de la especulación mundial, la demanda de metales se dispara siempre que hay una guerra. El viaje de un pedacito de metal, desde el interior profundo de una montaña en la cordillera de los Andes, hasta la herida en el cuerpo de un niño de la guerra, es algo que se puede rastrear fácilmente: siguiendo la trayectoria de un misil desde que nace hasta que explota. Cuánto daño innecesario dejan aquí y allá, por ejemplo, los misiles tomahawk (15 kilos de plata cada uno), o el molibdeno, que la Coro Minning declaró en aquel entonces sin tapujos que iba a extraer del cerro San Jorge, y que se utiliza para hacer los blindajes de todo tipo de vehículos de guerra. Metales estrátegicos llamados tierras raras, que son muy buscados por las grandes potencias y que llegan a cotizar mucho más que el oro, y que cruzan nuestras fronteras bajo el nombre de “impurezas de exportación”, para ser procesados en el exterior, hasta estallar en la herida de un niño de la guerra.

Aunque se trabaje mucho, desde los medios masivos, para desinformar y desconectar un hecho de otro, una causa de su consecuencia, todo tiene que ver con todo, y la realidad es mucho más dura que los datos duros: según el informe que la consultora Propipe hizo para Minera San Jorge hace 2 años, en la versión del proyecto biprovincial (mina en Uspallata + planta de tratamiento en San Juan), que aún no ha sido sometido a consulta ni audiencia pública, los puestos de trabajo que ofrecen son nada más que 91 en Mendoza, de los cuales 70 serían operarios. Una magra cucharadita que poco y nada contribuye a bajar la cifra de desocupados en Mendoza, que asciende a unos 20 mil. Y no es válido que argumenten los puestos de trabajo que generan en la fase de construcción, los dos primeros años de la mina, puesto que se trata de trabajos precarios –trabajo de mula, le dicen en la jerga- ahí donde se detuvo Vale, porque no les cerraban los números para las ganancias extraordinarias que esperaban, o la Barrick en Pascua Lama, por la evidencia de la destrucción de glaciares y contaminación que habían producido aún antes de empezar a operar la fase de explotación. De esta experiencia anticipada ya podríamos extraer una lección: así como no se hicieron cargo del tendal de desocupados que deja una mina que cierra, cuyas indemnizaciones representan un vueltito para los enormes capitales que mueven estas empresas, menos que menos se quedarían a remediar los pasivos ambientales –mucho más costosos, ya que el daño que dejan es irreversible, y es un precio muy alto el sólo hecho de mitigarlos un poco- ni tampoco los conflictos sociales y laborales una vez que ya tuvieran los lingotes en sus bancos para extorsionarnos económicamente, y los metales en sus misiles para seguir apuntando a todos aquellos territorios de los que quieran robarse algo.

¿Qué es un trabajo digno, entonces? ¿Qué es sustentable?  Sustentabilidad es, por definición, todo aquello que satisface las necesidades de la actual generación, sin que se vean sacrificadas las capacidades de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades. Hablando en criollo, todo aquello que puedas disfrutar vos, tus hijos, tus nietos y bisnietos, y así. O sea que la minería, como todas las actividades que se ocupan de extraer algo que un día se acaba o se agota, es lo más insustentable que hay.
De las muchas respuestas que cada pueblo o región puede darle a esa pregunta, nosotros, los uspallatinos, tenemos una, que es nuestra, y es simple: queremos que se cree ya mismo un Área Natural Protegida, porque eso sí es algo que puedas disfrutar ahora, y que van a seguir disfrutando los hijos de tus hijos: es crecimiento para siempre porque el turismo, bien gestionado, es inagotable; la agricultura, la ganadería y la silvicultura, bien hechas, orgánicamente, también lo son, así como la producción industrial, que genera más valor aún si tiene denominación de Origen Protegido. Todo esto, sin contar los bienes y servicios intangibles e invaluables que presta el ecosistema, en purificación del agua y del aire, en la salud que implica el hecho de vivir en un ambiente sano, en la alegría de trabajar para la vida y no para la muerte.
Les pedimos a los políticos de turno que, en vez de contribuir al atraso trayéndonos problemas, pobreza, enfermedad y sequía en el corto y mediano plazo, escuchen de una buena vez nuestras soluciones: queremos el Parque Uspallata-Polvaredas (alrededor de 1500 puestos de trabajo genera el Parque Aconcagua, por ejemplo). Esa sí es riqueza que no se fuga, que se queda y se redistribuye en el lugar, esa sí es la forma en que hemos elegido vivir los uspallatinos y los mendocinos: nada más queremos que nos dejen crecer a nuestro propio ritmo, en armonía con los ritmos de la naturaleza, por nosotros, y por todas las generaciones venideras: USPALLATA ÁREA PROTEGIDA ES TODA LA CUENCA DEL RÍO MENDOZA PROTEGIDA.

Mal que les pese a los promineros,  hay una realidad innegable: el río Mendoza, solito con su caudal medio de 50 m3 por segundo, calma la sed de más de un millón de personas que viven en el oasis norte, abastece al cuarto polo industrial del país, riega más de 200.000 hectáreas cultivadas, y sostiene la cuarta economía regional de la Argentina: es uno de los ríos mejor aprovechados del mundo. Así como estamos, nos sigue yendo mucho mejor que a Catamarca o San Juan después de más de 10 años de megaminería. ¿Se podría aprovechar aún mejor el río?: sí, claro, y en un contexto de cuatro años de emergencia hídrica, de calentamiento global creciente, está más claro aún que en este oasis en el desierto en que vivimos, no hay ni una sola jarra de agua para desperdiciar en megaminería.

Cada vez es más evidente que el mito del desarrollo infinito en un ambiente finito es imposible, que las inversiones extranjeras en mucho se parecen a las invasiones extranjeras, que luego de vaciar la empresas, se van y dejan que sea el Estado, o mejor dicho, todos nosotros, quienes carguemos con el muerto de los conflictos sociales y ambientales que dejaron. Que el sueño de Eldorado, por el que tanta sangre ha corrido en Latinoamérica, se parece al sueño de ganarse la lotería: la supuesta inyección de guita que jamás va a salvarnos, por el contrario, esa especie de “maldición de la abundancia” que pesa sobre nuestro continente –y sobre el africano- nada más ha contribuido a llenar de oro a los bancos, a financiar las guerras y las maniobras especulativas con las que se producen todas las crisis y todo el dolor del mundo.
A esta altura de la historia, cabe preguntarnos qué nos pasa a los argentinos, nacidos en el país de todos los climas, de todas las bellezas, de las vaquitas y de casi todos los cultivos, para qué hoy estemos pidiendo de rodillas, por favor, que alguien nos dé un trabajo, aunque sea insalubre.


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