Es difícil ponerse en la piel del otro y tratar de entender en su totalidad las palabras expresadas en un contexto tan subjetivo e inducido por las circunstancias, como lo es desde el dolor de una pérdida irreparable, ese dolor punzante que hoy se evidencia en el entorno más íntimo de quien ciertamente fue un líder imprescindible para su comunidad. Pero hay hechos concretos que son verdades irrefutables (tanto como la verdad empírica y absoluta del conocimiento científico que Lagiglia irradió), sencillamente porque ellas están internalizadas, se palpan, escurren y se diseminan, a pesar de que las rémoras del sistema pretendan engullírselas, cual pitanza de carroña.
Por eso, quienes alguna vez nos sentimos de una u otra forma atraídos, o más bien succionados por el vórtice de una pasión intrínseca hacia lo que podría calificarse prima facie como “fríamente académico” estamento de las ciencias, y cautivados por la arenga a la libertad absoluta, bien entendida como tal (inusitada para los estándares rígidos de una sociedad conservadora que todo lo estigmatiza), no podemos dejar de pensar, afirmar, refutar, gritar -ante tanta desidia y tantas espúreas ambiciones personales- que la muerte de Humberto Lagiglia es el corolario de la crónica de un crimen cultural, urdido desde los últimos tramos de su vida, con el maltrato recibido de parte una serie de personas e instituciones que infundadamente lo denostaron o lo abandonaron a su suerte; perpetrado con su ostracismo y encubierto ahora, como una suerte de impúdico colofón, con la burda intentona de algunos oportunistas que, como hambrientas barracudas, pugnan por apropiarse de su herencia cultural.
Sin lugar a dudas esta arrimada póstuma es parte del mismo crimen, ya no hacia alguna persona o su ilustración, si no hacia todo portador de conciencia digna. Porque indudablemente el legado del "Tito" es patrimonio de todos y porque ese legado está íntimamente arraigado en el imaginario del colectivo social. Quienes pretendan extirpar el sentido de pertenencia de los pueblos hacia su cultura y su tierra se merecen el más absoluto y firme repudio de todo el espectro humano, empezando, claro, por el mío.
Federico Soria
Artículo publicado en el Diario de San Rafael el 28/04/09
Hoy planteo el tema de la muerte del Dr. Lagiglia a un sanrafaelino que conozco hace poco, se quedo callado mirándome como si quisiera saltarme ensima, callado se dirijio a su maletin y pelo papeleta, varias notas que cisrculan por San Rafael, en agravio a las desiciones de el municipio y a las figuras científicas que ahora se encuentran en lugares especiales creados por el Dr, Lagiglia.
ResponderEliminarLa sociedad sanrafaelina parece estar librando una batalla por la dignidad y el honor del Tito, como me respondió el sanrafaelino al que por sacar tema de conversación, le comente de la perdida del Dr, Lagiglia.
Ésta, es una muestra más del menoscabo a la que esta siendo sometida la clase pensante de Mendoza, jamás la ciencia estuvo tan arrinconada como en este tiempo, no se reconocen acciones como la donación que hizo el Dr. Lagiglia, sino que se ningunea el rol que tuvieron personas como el en el pasado científico mendocino.
¿Donde pude conocer a Lagiglia?
Sí, les cuento que lo conocí en Las Leñas, dando conferencias sobre la importancia arqueológica de la cuenca alta del Río Atuel, algo a lo que entrego parte de su vida.
Como se dice en la trinchera, haciendo lo suyo, todo un ejemplo...
Gracias Chapa por tu comentario, muy atinado. Un abrazo.
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