El presente escrito es la síntesis de una ponencia que dimos en el año 2000 en el marco de un foro denominado "Desarrollo Sustentable" realizado en una universidad de Mendoza. Entre la audiencia (con quienes después obviamente tuvimos que polemizar) estaban varios popes locales de la megaminería, entre quienes destacaban los miembros de la organización que hoy quiere llevar a cabo la explotación minera de San Jorge, en Uspallata, Mendoza, cuyas ramificaciones se extienden también dentro del Gobierno Provincial, siendo también los principales impulsores de las causas judiciales iniciadas contra el Estado Provincial (del que además ellos forman parte) para voltear la ley provincial 7722, que fuera sancionada oportunamente como fruto de una gran movilización popular, para proteger los bienes naturales estratégicos que han motorizado el crecimiento económico de la Provincia de Mendoza.
Evidentemente, después de 10 años, estos señores no han aprendido absolutamente nada, ni siquiera han manifestado ningún atisbo de reflexión o llamado de conciencia; por el contrario, cada vez que reciben un golpe de parte de la sociedad, se repliegan para volver recargados, movidos por una irrefrenable ambisión de lucro personal, como hacen una y otra vez...
Muchas veces oímos hablar del desarrollo sustentable, siendo curioso que desde los ámbitos gubernamental y empresario, con el advenimiento de alguna explotación a gran escala se vuelve reiterativo hasta el cansancio, como si fuera un discurso procelitista para fanáticos, que en boca de quienes lo pronuncian se vuelve una acción mecánica vaciada de contenido.
Supongo que quienes hace algunas décadas elaboraron concienzudamente este concepto, dentro de un marco técnico científico, nunca imaginaron la ideologización que se haría del mismo en pro de cometer las más impensadas agresiones al medioambiente, desvirtuándolo completamente, bastardeándolo, hasta convertirlo prácticamente en palabras vacías para quienes defendemos el ambiente.
Qué dice la Constitución Nacional?
El Artículo 41 de nuestra Constitución Nacional nos da el concepto más válido de “Desarrollo Sustentable”, debido fundamentalmente a dos razones:
- Es el que se halla plasmado en una norma formalmente democrática, o sea consagrada por todos los habitantes del territorio argentino, a través de los que fueron nuestros representantes.
- Contiene los elementos o componentes esenciales.
“Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer la de las generaciones futuras”
El “Desarrollo Sustentable”, también denominado “sostenible” es entonces desde el punto de vista etimológico, un concepto “cerrado” en tanto y en cuanto declara su propio alcance, esto es un límite en su intensidad que permite su perdurabilidad en el tiempo.
Nadie duda que las actividades productivas deban satisfacer las presentes necesidades, como ha sido siempre, desde que el hombre es hombre. Pero eso de “No comprometer a las generaciones futuras” implica sin dudas un límite o una restricción a un derecho que antes creíamos absoluto, empezando a descubrir como compuesto en parte por una especie de fidelcomiso o curatela; esto es un compromiso de buena administración para nuestra descendencia, un compromiso que aparentemente no se está cumpliendo bien.
Desde lo ambiental se puede comprender mejor que desde otras ópticas, que un desarrollo ilimitado de cualquier actividad llevada a cabo por el hombre, parece por definición un atentado contra la propia existencia de su entorno y por ende de sí mismo.
Marco filosófico del desarrollo tecnológico
Como parte del “crecimiento” de los últimos tiempos, el “Homo Tecnológicus” arremete el siglo XX potenciado por un optimismo ilimitado y un positivismo irrebatible, producto del resorte iluminista y humanista de los siglos anteriores; e impulsado por una búsqueda frenética de confort y por las fuertes ambiciones de las nuevas potencias mundiales. Sin embargo lo vemos iniciar el siglo XXI cuestionado por sus aparentes logros y seriamente acusado de atentar contra sus propias fuentes, por no haber resuelto los problemas de fondo que siempre aquejaron a toda la humanidad (hambre, guerra, desigualdad) y en última instancia por haberse convertido en potencial herramienta de autoextinción de su propia especie y del resto de las formas de vida.
“El resultado de este modelo de desarrollo ilimitado es que alrededor del 10 % de las tierras fértiles del planeta se han desertizado, en tanto que otro 25 % corre el mismo riesgo. Todos los años se pierden 8.500.000 hectáreas de suelo agrícola por erosión y 20.000.000 hectáreas de bosques tropicales por deforestación, de manera que la extinción de estos y de la vida que en ellos habita es una posibilidad no del todo lejana, sino cada vez más cercana. En diez años las selvas podrían ser destruidas si sigue el ritmo de explotación actual. Apenas queda el 22 % de los bosques que poblaron originalmente el planeta. Otro 32 % sobrevive en malas condiciones, mientras que el 46 % restante ya desapareció. Es incesante las pérdida de la biodiversidad, tanto animal como vegetal, y las condiciones de vida de grandes grupos de habitantes del planeta se han tornado inaceptables, constituyendo un peligro para el resto de la humanidad” (Informe de la Haya “Desarrollo sostenible: del concepto a la acción”, La Haya, 1992).
Actividades Extractivas: más preguntas que respuestas
Si sentimos alarma respecto al mal uso y desaparición de los bienes naturales renovables (como el suelo, el agua o la biodivesidad), qué queda para aquellos que no son renovables, o sea, aquellos que se agotan un poco más cada vez que los usamos (minerales, hidrocarburos). Cabría entonces hacerse las siguientes preguntas:
- ¿Por qué negociamos tan caro, o dicho de otro modo, por qué vendemos tan barato, algo que no es solamente nuestro, sino también de nuestros hijos y del resto de nuestra descendencia?
- ¿Por qué endeudamos a nuestros descendientes en el pago de un estilo de vida que a la postre tampoco estamos tan seguros de que nos está haciendo bien?
- ¿Porqué pagamos injustamente tan caro bienes naturales que son nuestros, como los combustibles que usamos para nuestro transporte, endeudando con ello a nuestros hijos, si lo único que van a recibir a cambio es un ambiente más degradado y las enfermedades y demás afecciones que serán su consecuencia?
- ¿Pasará lo mismo con otros bienes naturales estratégicos como el agua? Todo parece vaticinar que así será.
- ¿No deberíamos acaso preservar estos bienes naturales intactos para las generaciones venideras, que esperamos estarán más aptas para su administración eficiente y que podrán contar con una tecnología más desarrollada para la optimización de sus beneficios técnicos y para un más equitativo reparto de sus beneficios socioeconómicos?
En términos generales y sin hondar en detalles, las actividades extractivas, como la minería o la explotación de hidrocarburos, “parecen” otorgar innumerables beneficios a la forma de vida que el hombre, como sujeto responsable, “parece” haber optado. Se destaca el término “parece” por el hecho de que no siempre queda claro:
- Si los beneficios referidos son tales ya que en nuestro país, productor de materias primas para el desarrollo tecnológico, los productos resultantes que nos venden son mucho más caros que en los países donde se producen.
- Si es la humanidad en su conjunto la que decide sobre su modo de vida actual y sobre los usos finales de los recursos naturales (armas, tecnología importada, combustibles contaminantes, etc.).
Dichas actividades extractivas, por el simple hecho de afectar bienes naturales no renovables, encierran en sí mismas el germen de su propia extinción, pero además son al día de hoy, altamente destructivas del entorno natural que nos cobija y nos da sustento. Por esta razón es lógico pensar que NO debería denominarse a las actividades extractivas como “sustentables”, ya que el concepto de sustentabilidad, desde el punto de vista estríctamente empírico, es a todas luces incompatible con la extracción y el uso de bienes naturales no renovables.
Lamentablemente en la actualidad el concepto de Desarrollo Sustentable está siendo utilizado desde un punto de vista méramente ideológico por quienes pregonan una expoliación rápida de estos, justificando necesidades que en sentido estricto no son tales, bajo esta concepción desde distintos sectores pretende decirse que todas las actividades extractivas son sustentables, desvirtuando totalmente la raíz técnico científica que acuñó dicha definición.
El destino de los bienes naturales extraídos y de sus beneficios
El proceso en que las actividades extractivas se desarrollan actualmente consta de varios pasos, como prospección y exploración de yacimientos, explotación o extracción de los minerales, concentrado y refinamiento de los metales y puesta en el mercado de los productos resultantes.
Las inversiones para llevar a cabo este proceso son sumamente cuantiosas, por lo tanto en nuestro país y en el resto de Latinoamérica, sólo pueden acceder a su explotación grandes grupos económicos privados con poder concentrado o empresas de estados extranjeros, facilitados por una legislación local permisiva y atrayente, exenciones impositivas de todo tipo y controles inexistentes cuando no en extremo laxos. Si bien todos los habitantes somos dueños de dichos bienes naturales (teniendo por ello la posibilidad de decidir su administración eficiente), los estados locales que deberían representarnos nos alejan de su acceso a quienes somos sus verdaderos dueños, no nos aseguran la participación en las ganancias de estas actividades y encima nos inhiben de poder participar eficientemente en dichos procesos, más allá de imponernos de manera inconsulta estas modalidades extractivas de gran escala con graves consecuencias ambientales, sociales y económicas para las comunidades locales.
En el hipotético caso de aceptar esta modalidad extractiva (y dejando de lado que sería más conveniente reciclar la basura tecnológica en lugar de seguir extrayendo), mínimamente deberíamos asegurarnos, como dueños primarios de dichos bienes naturales, el derecho no sólo de discutir el precio, o la relación precio-calidad de esos bienes naturales no renovables que son extraídos de nuestro suelo, sino también saber en manos de quién terminan y a qué usos finales son destinados. En este sentido sabemos fehacientemente que el oro expoliado de nuestra cordillera termina en las bóvedas de los bancos de los países del primer mundo que después nos somenten económicamente, en joyería suntuaria o en los tesoros del Vaticano; por cierto no sería descabellado suponer que otros metales extirpados de las entrañas de nuestra cordillera terminen convertidos en armamento que ejércitos de potencias imperialistas puedan utilizar para someternos, y no hablemos de otros metales raros estratégicos, como el coltan, el vanadio, el platino, el germanio y otros de mayor valor que el oro y de uso en superconductores, superaleaciones y tecnología informática y aeroespacial, que ni siquiera son declarados por las empresas que los extraen junto con el oro, la plata y el cobre y los sacan del país sin que nadie se de por enterado y sin dejar un peso.
Administración de los bienes naturales: El paradigma del padre pródigo
La administración de los bienes naturales es un poder que tiene el hombre, que ha sido delegado por sus antepasados y deberá ser entregado a su descendencia.
Supongamos a un padre que hubiera tenido suerte de haber podido acumular, a lo largo de su vida, una cantidad apreciable de ahorros en bienes o en monedas. Sería irresponsable, si ante las perspectivas ciertas de su desaparición, procediera a insolventarse y así dejar a sus hijos sin recursos para enfrentar una existencia que, también con su complicidad, es cada vez más cara y comprometida. Esto en derecho se denomina “prodigalidad” y los seres humanos modernos somos ambientalmente pródigos, actuando tan irreponsablemente que estamos cada vez más cerca de agotar los bienes naturales que sustentan nuestra permanencia en el planeta donde vivimos, sólo por la locura de llegar a ninguna parte. Esta prodigalidad no genera otra cosa que el encarecimiento de nuestra existencia, así como una supervivencia cada vez más comprometida y falta de oportunidades para las generaciones futuras.
Una administración responsable de los bienes naturales implica pensar una gestión perpetua de la vida en la Tierra, garantizando el aseguramiento de la existencia de las generaciones presentes y futuras.
En definitiva, no es política recesiva lo que se propone en el presente escrito, sino sólo un instante de reflexión, quizás aún estemos a tiempo de darnos cuenta de que no se trata de una carrera individual, sino una de postas, donde cada uno de nosotros somos sólo una de ellas.
Dr. Sergio Guillot - Lic. Federico Soria